Las patatas bravas son las indiscutibles reinas del tapeo. Según cuenta la leyenda, las “bravas” son originarias de Madrid, de la desaparecida “Casa Pellico”. Sin embargo, este plato o platillo ya no es coto de la capital sino que han proliferado por todo el territorio peninsular e incluso están registradas en las Naciones Unidas ya como plato típico español.
En cada cocina se preparan de forma muy distinta. Por una parte, la materia prima difiere enormemente: las hacen con patatas jóvenes, rojas, tardías, etc.; y por otro lado, dista también la elaboración: fritas en aceite, hervidas, hervidas y fritas o hervidas y horneadas, es decir, que no hay una forma correcta o incorrecta de hacerlas, cada cocinero nos servirá una incerteza. Y por si fuera poco, luego está la salsa que da nombre a la tapa. Dicen que la original es a base de tomate frito y cayena, pero las hay de alioli, alioli con pimientón, mojo picón, o ya completamente reinventadas. Lo cierto es que en muchos lugares se le añade mayonesa para que no pique tanto.
Tradicionalmente, las “bravas” se han tomado como aperitivo así que con un vermut se podrían acompañar, claro que sí. Igualmente, si no fuera por la mayonesa o el picante, las patatas serían las grandes gregarias del mejor vino tinto, así como lo es el pan, pero, ante esas salsas inefables, el dilema está servido. Lo mejor es no estropear un buen vino con las “bravas”, y si tenemos que estropear algo que sea el de la “casa”, pues la tapa no nos permitirá catar ningún vino decentemente.
Mi sugerencia para acompañar unas “bravas” es en realidad el vino rosado, o el cava rosado joven. El punto de acidez de estos vinos junto con un poco de cuerpo que todavía conservan de la uva tinta pueden contrarrestar el picante y la fécula respectivamente, y en cuanto a abordar la mayonesa o el alioli… bueno, esto tendremos que sufrirlo con una sonrisa.